Hayas, castaños, robles, álamos, chopos, alisos, olmos desnudan sus cuerpos con la llegada del otoño, pero previamente ofrecen un espectáculo insólito cargado de ocres, rojos y dorados. El potente buscador de vuelos y hoteles Jetcost ha seleccionado cinco lugares de España, entre cientos, donde disfrutarlo.
Apostadas sobre las rocas estrechas y puntiagudas, Cuenca y sus Casas Colgadas desafían el vacío desde las alturas y contemplan las hoces que los ríos Huécar y Júcar configuran a su paso, creando un paisaje que ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad. Las aguas del Júcar tienen color esmeralda como consecuencia de la elevada concentración de cal que hay en el cauce y en las rocas, y enmarcan un paisaje ideal desde donde contemplar los colores otoñales.
El otoño es tiempo de vendimia. En La Rioja, una región vitivinícola por excelencia, se vive con fervor y la actividad es frenética. Desde los tonos picota y cereza de los garnachos de Peña Isasa a la suavidad de los pasteles ocres del tempranillo de la Sonsierra, con luces perezosas que se cuelan en el fondo de las viñas. La Rioja estalla multicolor tras la vendimia.
El hayedo de Montejo, entre Madrid y Guadalajara son otro lugar ideal. Cuenta la leyenda que el bosque conocido como El Chaparral estaba habitado por duendes y hadas y que éstas, juguetonas y curiosas, gustaban de engatusar a los visitantes y caminantes del bosque con sus caricias y dulces cánticos. Estos cantos tan melosos y atractivos servían para llevar a los paseantes hasta sus guaridas y convertirlos en animales tales como la lagartija o el petirrojo, con lo que conseguían un mayor número de habitantes y mayor encanto. Hoy no hacen falta seres fantásticos para atraer a miles de personas a este lugar, basta con que llegue el otoño.
Al norte de la provincia de Cáceres, en las últimas estribaciones de la Sierra de Gredos se encuentra el valle de Ambroz, que incluye las localidades de Abadía, Aldeanueva del Camino, Baños de Montemayor, Casas del Monte, La Garganta, Gargantilla, Hervás y Segura de Toro. En primavera, es el cercano valle del Jerte y sus miles de cerezos en flor, el gran protagonista; en invierno y verano, las próximas Hurdes con su serena y solitaria belleza. Pero en otoño, es la dehesa la que muestra su esplendor, salpicada de castaños y nogales, de encinas y alcornoques, en el valle de Ambroz.
Uno de los paisajes más bellos de la Montaña Palentina se encuentra siguiendo el río Rivera, afluente del Pisuerga, hasta llegar al embalse de Ruesga, que fue el primero construido por el Estado en la cuenca del Duero y, en sus orígenes, tenía como misión fundamental la de asegurar las aguas del Canal de Castilla, tarea luego compartida con otros más modernos. En sus orillas se encuentran dos de las estampas que justifican la visita: el pinar natural de Velilla y el hayedo de Otero de Guardo.
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